Una de las noticias que más me sorprendió hace unos años es que en ciertos barrios de Shanghái era una costumbre muy arraigada salir a la calle, de paseo o de compras, en pijama. Parecía tan frecuente, un "problema social" tan peculiar, que el gobierno chino prohibió su uso en público cuando la ciudad fue elegida para la celebración, en 2010, de la Exposición Universal. Qué pena no haber visitado la ciudad antes de la prohibición.
Y esto me vino a la cabeza ayer porque a las 12 de la noche terminé en pijama, trenzas y zapatillas deportivas en la calle. Vivo en un edificio con muchos ancianitos, y al filo de la medianoche, un olor a humo y a fuego invadió la escalera del edificio. Y yo, como buena jovenzuela, en términos comparados, claro, me lancé en pijama y zapatillas a llamar a los vecinos, y a averiguar la causa de tan sorprende olor. Terminé en la calle, hablando con dos vecinas y con el dueño de un bar cercano, en medio de un buen revuelo vecinal (es lo que me sigue gustando de mi barrio) mientras los bomberos apagaban el fuego declarado, intencionado, de un contenedor.